sábado, 21 de agosto de 2010

Sufre rímense, sufre.



Espanto. Una mirada a las consecuencias de una obra sin planificación en el Rímac.

La construcción del by pass Rímac – San Juan de Lurigancho en los limites de ambos distritos ya no es un símbolo de modernidad para todos los vecinos del lugar, si no ha pasado ha ser un dolor de cabeza para ellos. Tanto así, que la falta de planificación y de estudio ambiental en la obra han convertido esta jurisdicción en un verdadero infierno.

El dicho politiquero que reza: “obras son amores” parece no convencer a los vecinos del Rímac. De lo contrario, les indigna y les molesta. Y no es para menos, porque la construcción del by pass Rímac- San Juan de Lurigancho les ha cambiado su estilo de vida, hasta convertirlo en un infierno. Si bien antes dormían sus ocho horas establecidas de manera placentera, ahora no pueden descanar ni media hora porque el sonido de la explosión de las dinamitas, que se usan en la obra, los mantiene despiertos.


Aunque, la desesperación no termina ahí, ya que en el día deben lidiar con el caos vehicular, que los enferma. En tal sentido, los que los acompañan también en esta odisea son: los conductores de transporte tanto público como privado. Así como los ambulantes del lugar, que se han quedado sin clientes.


En el dolor rímense, en el dolor


El atronar de la explosión de las dinamitas despierta de manera sobresaltadaza al rímense Juan peralta de 50 años, quien muy molesto maldice la construcción del by pass en los alrededores de su casa. “Desde que iniciaron la construcción de esta obra no he podido dormir porque cada media hora escucho explosiones. Pero la que sufre mas, es mi hija que a cada instante debe calmar a mi nieto, quien no concilia el sueño”, contó Juan, cuando esperaba a su esposa en el paradero de “metro de alcázar”. Su rostro cansado confirmaba su testimonio. Al igual que Juan, muchos vecinos han presentado sus quejas en la municipalidad de Rímac. Pero, no han recibido respuestas de solución a este problema, solo pretextos. “Dicen que la obra no es fiscalizada por esta comuna, si no por el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio.”


Otro problema, que mantiene en vilo a los rimenses son las rajaduras en las paredes de sus casas. “el suelo se remueve como si fuese un sismo. Solo por la explosiones de la dinamitas. Deben ponerle un alto a esta medida puesto que si no, me voy ha quedar sin departamento”, adelanta Maribel Pinilla de 45 años, quien recogía a su nieta del nido Barcia Bonifate. “el túnel que quieren hacer en el cerro San Cristóbal avanza a paso de tortuga, pese a mas de cuatro meses de iniciada la obra”, sigue contándome Maribel.

“Desde que iniciaron la construcción de esta obra no he podido dormir porque cada media hora escucho explosiones. Pero la que sufre mas, es mi hija…”

Los dueños de las calzadas

En el Rímac, si hay obras como en la capital, entonces existe caos vehicular. A pesar del eslogan del alcalde de dicha comuna, Carlos Laytan, que reza: “Rímac la ciudad verde y segura”, en las pistas todos los chóferes actúan como Pedro por su casa .Y, Una muestra de este hecho, se observa entre el cruce de la avenida Alcázar y Pierola en dicho distrito. Allí, los semáforos no funcionan e incluso no se ve a ningún policía de transito, que pongan orden. Por eso, los vehículos particulares como públicos compiten por pasar de un lado hacia otro extremo. Al hacerlo, forman grandes “cuellos de botella”, que perjudica a todos los pasajeros. “Antes de que se iniciara la construcción de esta gran obra, solo nos demorábamos quince minutos por el tráfico, ahora podemos estar varados por más de una hora”, asegura el cobrador del ómnibus de la línea 25 (San Juan de Lurigancho- Surco), Jorge Hernández, quien luego de descansar cómodamente en el asiento posterior del vehículo, se queja. Mientras tanto, al frente se observan a decenas de obreros, que trabajan en el tan boceado by pass. Del mismo modo, también se escucha de vez en cuando el atronar de la explosión de las dinamistas que perforan el cerro. Aunque ese espectáculo que al inicio dejaba boquiabierto a los vecinos, ya quedo, al parecer, ahora en la monotonía puesto que no sorprende nadie. “Todos estamos molestos por esta obra porque nos estresa cada día. Además, me hace perder dinero ya que muchos clientes no vienen por el desorden del lugar”, nos cuenta el limpiador de carros, Pedro Velásquez (30). A esas quejas, se suman centenares más, de todos los conductores que piden a viva voz al alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, que solucione este problema. Pues dicen que les genera mucho dolor de cabeza. Otro temor que invade a los dueños de las líneas que pasan por esta ruta es el rumor, que se teje, de que tienen los días. Debido a que no pasarían más por allí, si esa obra empieza a funcionar.

“Antes de que se iniciara la construcción de esta gran obra, solo nos demorábamos quince minutos por el tráfico, ahora podemos estar varados por más de una hora”…

Obras no son progreso.

Los ambulantes también son otros protagonistas, que sufren en silencio, en esta novela de terror que se vive en el Rímac. Aunque, a diferencia de los vecinos y pasajeros, ellos han perdido mas. Porque no solo han destrozado los lugares privilegiados que ocupaban antes, si no ahora que han perdido mucho dinero. “Por esta maldita obra no vendo nada. Mis hijos no tiene que comer ¡Gracia seños Castañeda, por esta pesadilla! ”, Señala la vendedora de jugo de naranja, Beatriz Paucar (45), tras preparar el único extracto en todo el día. Al igual que ella, otro negociante que sufre por esta edificación es Federico Limache (35), un lustrabotas de oficio: “tengan compasión de nosotros que no les hemos hecho nada. Hace una semana que mis hijos no toman desayuno ni cenan. Tiene el estoma vació”, dice con una mirada perdida en su sufrimiento. La mayoría de los ambulantes que laboraban al frente del “club del Tiro”, a unas cinco cuadras del Metro de alcázar, han emigrado puesto que no podían lidiar con el polvo, el caos vehicular, ni el desalojo obligado de parte de la Municipal del Lima. Dicha medida se dio, pese a que los comerciantes contaban con un permiso de la comuna del Rímac. Es decir, los sacaron a la fuerza, sin brindarles otro lugar para que laboren. Ahora, ellos solo esperan que esta pesadilla se termine pronto. Si bien es cierto, que las obras son necesarias en el país para el bienestar de la población, las autoridades deben planificar y hacer estudios de impacto ambiental a fin de que no perjudiquen a nadie. Como en el Rímac.


“Por esta maldita obra no vendo nada. Mis hijos no tiene que comer ¡Gracia seños Castañeda, por esta pesadilla! ”…

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