La artista peruana, Estefanía Polo, crea escenas dialécticas con frases, papeles, música, dibujos y tierra con el fin de explicar su visión sobre el amanecer y el ocaso de la niñez. En esta crónica, se hace un recuento de sus obras que son exhibidas en la explosión de arte: “El fin de la Infancia” en la Alianza Francesa de Lima, tras una visita.
En la galería de arte de la Alianza Francesa de Lima, en Miraflores, una decena de dibujos, frases y objetos, casi pegados en la pared y en el suelo, idolatran a la madre de todas las guerras – la dialéctica - como lo diría el filósofo griego, Heràclito de Efeso. Al cruzar el umbral del mediano ambiente, te topas frente a frente con un muro blanco que contiene escrito un adagio occidental que reza: “¡De buenas intenciones esta hecho el infierno!, el cual está protegido por dos pájaros pequeños.
Dicho enunciado te sumerge en una de las travesías mas antagónicas de la condición humana, que se exhibe nebulosa en la exposición de arte: “El fin de la Infancia” de la hacedora peruana, Estefanía Polo. Al lado de esa oración, comparten tal consigna frases como “nacer para morir” y “crecer para matar”.
Un cordero blanco de peluche recostado sobre una alfombra del mismo color cual si fuese una tàbula raza marca el inicio del viaje hasta el final como un redescubrimiento del mundo por un niño. Del igual modo, a poco menos de dos metros, se observa una figura desgarradora que involucra en la escena al mismo cordero pegado en la pared- arriba/ vida- y a su cadáver negro recostado en el piso de madera – abajo/ muerte-.
Un cordero blanco de peluche recostado sobre una alfombra del mismo color cual si fuese una tàbula raza marca el inicio del viaje hasta el final como un redescubrimiento del mundo por un niño. Del igual modo, a poco menos de dos metros, se observa una figura desgarradora que involucra en la escena al mismo cordero pegado en la pared- arriba/ vida- y a su cadáver negro recostado en el piso de madera – abajo/ muerte-.
Al cruzar el umbral del mediano ambiente, te topas frente a frente con un muro blanco que contiene escrito un adagio occidental que reza: “¡De buenas intenciones esta hecho el infierno!, el cual está protegido por dos pájaros pequeños.
El estilo polar de la artista se observa sin medias tintas también en un pequeño baúl de madera que tiene en su interior una hoja blanca junto a sus cenizas. En la parte superior, adherido en la tapa se muestra el dibujo de una niña de aproximadamente cinco años que empuja a una señora a la hoguera para que se queme. Tratando así dejar en claro que el fuego es un ente transformador como también lo dijo –Heràclito –“el oscuro”.
En el clímax de la exhibición, se aprecia en uno de los muros el icono de unos de los niños símbolo de Sendero Luminoso empuñando con las dos maños un fúsil de color negro que apunta hacia el cielo, donde decenas de aves pequeñas vuelan al libre albedrío. Mientras que en el pavimento se ve un rió oscuro que lleva los cadáveres de decenas de pájaros chicos como si fuese una vorágine. De los ojos del niño, se puede decir que brotan lágrimas tan transparentes como diáfanas, que se pierden en su rostro descuidado e infantil. Por las características de su sonrisa, esbozadas ligeramente con un lápiz de dibujo, se puede parafrasear que es simulado.
Otro acto que deja pasmado son las imágenes grandes tanto de una mano como de un arma de corto alcance que son mostradas anatómicamente en la pared. El contraste entre como funciona el primero y el segundo es impresionante. La sangre le da vida al trozo de carne mientras que las balas, al fierro. Si bien el mensaje no esta tan explícito, la autora, al parecer, quiere dar a entender que ambos elementos sirven para matar.
Si, en ese momento, pensaba que lo había visto casi todo, estaba equivocado porque cuando voltee la cabeza hacia el lado izquierdo me tope con otra fase tan aterradora como impredecible que decía: “Hay muchas maneras de matar”, la cual estaba rodeada de moscas gigantes y negras. Bajo ese titular se mostraba una lámina mediana donde se apreciaba todo tipo de armas sanguinarias, que habían sido usadas desde la época de la Comunidad Primitiva hasta la Contemporánea, como lanzas, mazos, hachas, machetes, pistolas, entre otros.
De los ojos del niño, se puede decir que brotan lágrimas tan transparentes como diáfanas, que se pierden en su rostro descuidado e infantil. Por las características de su sonrisa, esbozadas ligeramente con un lápiz de dibujo, se puede parafrasear que es simulado.
En ese mismo lugar, en el piso de madera, como si fuese un ritual, había otro baúl abierto que contenía dibujos y oraciones esbozadas en hojas blancas, las que estaban pegadas una sobre otra. Esa medida impedía que algunas oraciones y dibujos se pudieran leer como ver. No obstante, la artista las había acomodado premeditadamente así para que sólo se observe la frase del dramaturgo alemán, B. Brechat: “Solo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado”. Del cofre que parecía una caja de Pandora literalmente salían ideas e imágenes, de las que pude aprehender algunas como “un cadáver es un resto de demasiados despertares”, “no curarte una enfermedad…”, etece.
Ni bien había terminado de estudiar los escritos, oí en el ambiente nebuloso, a un metro de distancia, una música suave que emergía de una caja vieja. El panorama era estremecedor debido a que la hipnotizante melodía infantil penetraba como la punta de una lanza la madera y la abundante tierra que la cubría cual a un ataúd de un muerto enterrado. Entonces, me acerque con premura para escuchar más las estrofas. Para comprobar que poseía en su interior, la abrí y me di con la sorpresa que estaba vacía.
En la galería no había nadie, solo se respiraba un aire confuso. El escenario era tranquilo, mientras que la información que se exponía adherida tanto en sus cuatro paredes blancas como en su piso de madera era dialéctica, cambiante y dinámica.“un cadáver es un resto de demasiados despertares”, “no curarte una enfermedad…”, etece.
Después de ese paseo aleccionador, deje el ambiente y camine hacia la puerta con dirección a la salida. “Oye jovencito ¿Qué tal te fue en la galería de arte?”, me preguntó el vigilante de aproximadamente 53 años que cuida la puerta principal de la Alianza Francesa de Lima, cuando me despedía de él. – Muy bien, interesante – le dije. “ah… Por ejemplo, yo no comprendo nada, que será eso. A mi parecer, son sólo trazos nada más”, me indicó. Al retirarme del lugar, entendí entre mis adentros que así como hay contradicción entre la vida y la muerte, existe contradicción entre la sabiduría y la ignorancia. Ese día, la mañana estuvo nublada, mientras que por la tarde hubo brillo solar.
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