La primera vez que ingresé a las instalaciones del Teatro Municipal de Lima fue tres meses antes de que reabriera nuevamente sus puertas a decenas de limeños amantes de las tablas, de la música y de la danza clásica en el centro histórico de la capital peruana, luego de que fuese devorado por un dantesco incendio el 2 de agosto de 1998. Aquel día, como reportero de una radio evangélica, cubría el homenaje que el entonces alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio le hacia al Presidente de la República de Panamá, Ricardo Martinelli en la Municipalidad de Lima. Ahí lo declaraba Huésped Ilustre y le entregaba las Llaves de la Ciudad.
Durante la condecoración, ambas autoridades se abrazaban y saludaban entre sí a cada instante. Pero sobre todo, sacaban el pecho y se lanzaban piropos - uno al otro – al referirse a las presuntas grandes obras que sus gestiones seguían construyendo en sus jurisdicciones. “Lima le queda corto a su alcalde”, decía el mandatario centroamericano a los periodistas peruanos en conferencia de prensa. Mientras que el líder del partido de Solidaridad Nacional decía: “Que suerte tienen los panameños con este presidente”.
En ese vaivén de apapachos bonachones y frases de obras son amores, de súbito al sucesor de Nicolás de Ribera- “el viejo”- se le ocurrió invitar al presidente de Panamá a ir hacia el Teatro Municipal, que estaba ubicado a tres cuadras del lugar, para que verifique los avances de su reconstrucción. Dicha visita no estaba programada en su agenda del día, por lo cuál la salida de ambos fue muy accidentada por el acoso de los periodistas.
En ese momento agarre mi cámara para grabar y junto a otros colegas subí con gran premura a la camioneta del canal 4. En eso, el chofer prendió el motor y arrancó embravecido como si fuera un rinoceronte pues en cada esquina se pasaba las luces rojas del semáforo, subía a las veredas y manejaba en sentido contrario. Al llegar a los exteriores de dicho recinto, ubicaba en la cuadra 4 de del jirón Ica, luego de una travesía casi suicida, baje del vehículo con un salto sin saber que ese día me quedaría boquiabierto al ver la arquitectura de estilo neoclásica que predomina en dicho edificio reconstruido.
Mientras daba unos pasos, observaba de abajo hacia arriba ese monumento histórico, que a primera vista animaba a mis ojos a tragarla con la mirada. Pero a pesar de ello, debía seguir con la jornada del día, aunque esa sensación de sorpresa no me dejo en paz hasta culminar el recorrido por sus principales ambientes como "el’ Foyer", "La sala de Espectadores” y "El salón de Los Espejos”.
Al cruzar el umbral de la inmensa puerta de madera, se dibujaba en mi mente el dantesco incendio que devoró hace doce años su arquitectura afrancesada de Luís XVI. Las imágenes de las lenguas de fuego que envolvían el techo del escenario más bello de Latinoamérica en el siglo XX, aparecían tan lucidas en mis recuerdos como aquella tarde de agosto que lo había visto en vivo por las pantallas de América Televisión. “Una lamentable tragedia para los peruanos pues lo que fue el faro de la cultura limeña ha quedado entre las cenizas”, decía el conductor del noticiario con una voz entrecortada, frente a las cámaras.
Pocos segundos después, tras esa reminiscencia poco grata, en sus interiores, me topaba con un callejón largo con forma de una herradura, que según mis colegas conducían hacia el ambiente principal del teatro. Por ahí, todos los hombres de prensa caminaban muy presurosos - en fila india - debido a que las dos autoridades no se divisaban al frente. Pese a ello, algunos reportero gráficos se quedaban para observar las paredes blancas aún cubiertas con grandes bolsas de plástico- transparentes- y tomar algunas fotos. “Por aquí salieron despavoridas las 15 personas que trabajaban aquel domingo trágico que ocurrió el siniestro para pedir ayuda a los transeúntes”, me contó el reportero de RRP, Manolo Castillo, a quien le toco trasmitir aquel fatal incidente.
Después de casi un minuto de recorrido, todos llegamos a un ambiente amplio que tenia tanto un techo en forma de una cúpula, como unas ventan grandes por donde las luces del medio día se filtraban. Allí no solo se divisaba a los artistas y restauradores de Bellas Artes así como a carpinteros que trabajaban, sino también el estrado del Teatro de Lima, donde decenas de artistas, bailarines y músicos habrían sido ovacionados por centenares de aficionados. Pero también, de acuerdo a las investigaciones, en ese espacio se habría producido el dantesco incendio, cuando se hacían pruebas de luces y sonido.
A tres metros de distancia, sobre decenas de madera, el entonces alcalde de Lima y el presidente de Panamá ya habían sido cercados por una maraña de periodistas que pugnaban por robarle una declaración interesante a cada uno de ellos. Ante ese hecho, corrí con todas mis fuerzas a fin de grabar las respuestas- la noticia- de ambos funcionarios. A pesar de que intente preguntar al burgomaestre sobre los cuestionamientos que algunos opositores le hacían al publicitado proyecto del Metropolitano, no se pudo. Y es que, los reporteros, camarógrafos y fotógrafos se empujaban de un lado a otro, incluso ya habían formado un cordón humano muy fuerte. Tras diez minutos de interrogarlos de manera inquisitiva y escuchar sus respuestas, dejamos en paz a los políticos.
Al costado de las tablas, los fierros y los alambres, al fin pude respirar tranquilo y estirarme, luego de que ocupara poco antes una posición muy incomoda. Al mismo tiempo, observaba el templo de estilo afrancesado que en ese instante era reconstruido por decenas de trabajadores de cascos azules y polos plomos. En eso, imagine como habría sido el incendio aquel domingo trágico del 98, a las 5:30 de la tarde, cuando ardían las lenguas de fuego sobre las viejas cortinas de terciopelo del entonces edificio de estilo neoclásico. Tal vez, aquel instante, el humo negro iba cubriendo poco a poco sus ambientes principales, que hasta días antes habían cobijado a decenas de limeños amantes de las tablas, de la música y de la danza clásica. Como se sabe, la cercanía entre los focos de iluminación y el telón rojo habría provocado tal incendio.
Al imaginarme eso, se me puso la piel de gallina. Por eso, para distraerme agarre la cámara y empecé ha realizar las tomas de apoyo para el informe que debía hacer aquella tarde. Aunque las historias que me habían contado sobre el siniestro seguían acosándome. Y es que, el incendio habría ocurrido por una presunta irresponsabilidad del encargado del diseño y programación de luces de una empresa X, Reynaldo Minaya hijo, de 24 años, quien realizaba una prueba de sonido para el concierto de la cantante criolla, Eva Ayllón. El joven se puso al frente del control computarizado e improvisó un ostentoso despliegue de luces, colores y efectos, mientras una de las muchachas, cámara en mano, se encargaba de la grabación. Y, ese instante, me pregunto en mis adentros, si la chica aquel día, tal vez, hacia paradójicamente las mismas maniobras que yo. Al hacerlo, un frío intenso recorre mi cuerpo como si algo me asustara de sobremanera.
Esa tarde, en dichas instalaciones, junto a ellos se encontraban trece trabajadores, quienes al percatarse del fuego intentaron apagarlo, pero no pudieron hacer nada. Según testigos, todos ellos salieron despavoridos de ahí hacia la esquina de los jirones Ica y Torrico- centro de Lima- para pedir ayuda a los ciudadanos de a pie. "¡Hagan algo!", "¡se quema!", "¡se quema!", se escuchaban los gritos a viva voz en el ambiente.
“jovencito ya es hora de salir del teatro”, me gritaba desde unos siete metros a voz en cuello un vigilante de estatura media y de tez trigueña que resguardaba el recinto. Por lo que, ya daba algunos pasos con dirección hacia la salida, pero todavía no recuperaba la respiración pues seguía atónito y pasmado cerca al lugar donde había estado parado.
Al recorrer el paseo que me llevaba hacia la calle, le pregunto al vigilante de aproximadamente 50 años si recuerda ¿Cuánto tiempo se tardo el camión de bomberos en llegar aquí, luego de que dieran el aviso del siniestro? “Más de 22 minutos de que se iniciara el fugo. Ellos no pudieron hacer nada, frente al dantesco incendio que consumía vorazmente todo lo que se cruzaba en su camino”, me cuenta Antonio Fernández, quien trabaja en la Municipalidad de Lima por más de 20 años. Tras esa breve cháchara, en el jirón Ica nuevamente me encuentro con algunos periodistas que conversaban entre ellos respecto a como iban a levantar tal noticia.
Ahí, entable nuevamente el dialogo con el periodista de RPP, quien conoce más las los pormenores dicho acontecimiento, y me cuenta de que las llamas devoraron totalmente el Paseo Principal de dicho recinto o "el’ Foyer" cuyas columnas y paredes estaban cubiertas con mármol, así como la iluminación de estilo francés que colgaba del techo. De todo eso, me dice que no quedó nada. Incluso señala que los adornos y lienzos con marcos de oro tanto de "La sala de Espectadores” como de "El salón de Los Espejos, desaparecieron entre el humo y el fuego.
Sin medias tintas, me despedí de él para dirigirme hacia la avenida Tacna con el fin de tomar un autobús e ir a la sede de la radio evangélica, donde practicaba. Aunque entre el cruce del Jirón Ica y Camanà, me detuve en un quiosco de diarios para ver los principales titulares del día. Mientras repasaba la vista por el diario El Comercio, recordé que al día siguiente de la tragedia que enluto la cultura Limeña, su titular principal rezaba: “Terrible incendio destruyó el Teatro Municipal de Lima”.
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