La sensación de escalofrió en su cuerpo le recordaba siempre el llanto desgarrador de las personas. El joven periodista, Rubén Peralta, lo percibió desde que ingreso a la casa de quincha y adobe, adonde había ido de urgencia a ocuparse de un caso que se había olvidado hacia dos semanas.
El vendedor de productos naturales, Joaquín Fernández, huérfano de padre, responsable de tres niños y su amigo de la infancia, lo havia llamado atormentado para confesarle que ya no aguantaba esta dura vida.
Encontró al joven sentado en una silla vieja en medio de su precaria casa donde lo esperaba con una mirada nostálgica y una sonrisa media fingida, como observando su porvenir con desgracia.
En ese sufrimiento lo acompañaba un ambiente estremecedor, que se mezclaba con una madre postrada en una cama por la diabetes y una cocina pequeña que funcionaba con kerosene, así como una mesa gastada por el paso de los años. Incluso la casa carecía de agua y desagüe.
Aquel joven hecho hombre lo observaba con una mirada perdida, como pensando, en sus responsabilidades con su familia, pues a sus dieciocho años era el sustento económico de su hogar. Se levantaba a las tres de la madrugada para ir a trabajar al Mercado Mayorista “La Parada”, ubicado en La Victoria. Y regresaba al medio día para preparar el almuerzo para sus hermanitos y su madre.
En eso, Le saludo a Rubén Peralta y le dice: “que ya no aguantaba esta vida y sigue vivo solo por su familia”. Su rostro reseco expresaba su gran impotencia y odio por lo vida que llevaba. Tras un respiro hondo, coge su cabeza con sus dos manos y se lo soba muy fuerte como, queriendo borrar la pesadilla, que vive. Baja la mirada muy discreto y frota sus manos con cierto nerviosismo para que no lo vean llorar. Sin embrago las lagrimas humedecían su rostro y caían luego sobre sus pantalones azules, rotos y sucios.
Esta prenda combinaba con unas zapatillas negras agujereadas y una casaca gris llena de mugre. “quiero gritar, pedir auxilio, dormir y nuca despertar”, le revelaba a su amigo, con cierto tono melancólico. Pero él no podía hacerlo, pues su madre y sus hermanitos dependían de su trabajo.
Cogio la manga de su chompa para secar su rostro mojado por las lágrimas. Levanto la mirada y relucieron unos ojos rojos de un joven hecho hombre producto de la pobreza y la necesidad. Respiro profundamente para no ahogarse en su tristeza, pese a hacerlo varia veces, no pudo alejar la melancolía, pues lo dominaba. Además le confesó que sus tres hermanitos de de cinco, siete y nueve años no estudiaban, porque no tenia dinero para comprarles los útiles escolares ni pagarles la matrícula.
Joaquín Fernández, había llegado a la capital desde Huanuco a los ocho años con muchos deseos de superarse, junto con sus padres. Sin embrago, la realidad era otra, pues Lima era una gran vorágine, que se los fue tragando poco a poco, sin respetarlos.
Rubén Peralta se sentía muy sorprendido por lo que le sucedía a Joaquín, pues nunca se imaginó, que su amigo de la infancia sufriera tanto.
Una sensación de escalofrió nuevamente se apodero de su cuerpo, no supo que decir, solo se quedo frió parado en el ambiente gris. Incluso su garganta se seco y un sabor amargo invadió en su boca.
En esa escena desesperante, un deja vio se apodero se su mente y supo que su amigo era una persona de carácter muy sensible y frágil, pero a pesar de todo, Joaquín havia aprendido a luchar contra las dificultades de la vida.
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